a b a r r o t e s

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Aquí de lo que buscas, no encuentras.
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3 dic 2012

Les plaintes d'un Icare

Los amantes de las prostitutas se sienten felices, dispuestos y saciados; en cuanto a mí, mis brazos están rotos por haber abrazado las nubes. Debido a los astros sin igual que brillan en el fondo del cielo, mis ojos agotados no ven más que recuerdos de soles. En vano he querido del espacio hallar el fin y el centro; bajo no sé qué ojo de fuego siento que mis alas se rompen. y quemado por el amor de lo bello no tendré el honor sublime de dar mi nombre al abismo que me servirá de tumba.
Charles Baudelaire, Les fleurs du mal

12 nov 2012

6 jun 2012

TRANG BANG, Vietnam (AP) — En la foto, la niña siempre tendrá 9 años y gritará "¡quema!, ¡quema!" mientras huye de su aldea vietnamita en llamas. Siempre estará desnuda, víctimas del pegajoso napalm que le quemó la ropa y la piel. Siempre será una víctima sin nombre. Al fotógrafo de The Associated Press Huynh Cong "Nick" Ut sólo le tomó un segundo tomar la icónica foto en blanco y negro, hace 40 años. Con ella transmitió los horrores de la guerra en Vietnam mejor que cualquier texto, ayudando a poner fin a una de las guerras más controversiales en la historia estadounidense. Pero detrás de esa foto hay una historia menos conocida. Es la historia de una niñita malherida unida por el destino con un joven fotógrafo. Un momento capturado en el caos de una guerra que sería su salvación y camino a una aventura de vida. "Siempre he querido huir de ese recuerdo", dijo Kim Phuc, ahora de 49 años. "Pero parece que la foto no me deja ir". ____ Era el 8 de junio de 1972 cuando Phuc escuchó el grito de un soldado: "¡Tenemos que desalojar este lugar! ¡Bombardearán aquí y estaremos muertos!". Segundos después vio las estelas de las bombas, amarillas y púrpuras, sobrevolando el templo Cao Dai donde su familia estaba refugiada desde hace tres días, mientras las fuerzas vietnamitas del norte y sur peleaban por el control de la villa. La pequeña niña escuchó un estruendo encima y volteó hacia arriba. Mientras el Skyraider survietnamita planeaba cada vez más bajo, dejó caer recipientes como huevos. "¡Ba-boom! ¡Ba-boom!" El suelo se estremeció y un calor infernal sofocó la zona mientras un estallido escupió llamas anaranjadas en todas direcciones. Las llamas alcanzaron el brazo izquierdo de Phuc. Su ropa de algodón se derritió al contacto. Los árboles se convirtieron en ardientes antorchas. Sentía dolor agudo en su piel y músculos. "Seré fea y ya no seré normal", pensó mientras rozaba furiosamente con su mano derecha su brazo quemado. "La gente me verá de forma diferente". Impactada, salió corriendo por la Autopista 1 detrás de su hermano mayor. No vio a los periodistas extranjeros que estaban en la dirección hacia donde ella huía, gritando. Entonces perdió el conocimiento. ___ Ut, el fotógrafo vietnamita de 21 años que tomó la foto, llevó a Phuc a un pequeño hospital. Ahí le dijeron que no había nada que hacer. Pero mostró su insignia de prensa estadounidense y pidió que los médicos la atendieran y le aseguraran que no la iban a olvidar. "Lloré cuando la vi corriendo", dijo Ut, cuyo hermano mayor murió durante una asignación de la AP en el delta del río Mekong. "Si no la ayudaba, si algo le pasaba y moría, creo que me hubiera suicidado". Al regresar a la oficina en Saigón, reveló su rollo. Cuando salió la imagen de una pequeña niña desnuda, todos temieron que fuera rechazada por la estricta política de la agencia contra la desnudez. Pero el veterano editor de fotos en Vietnam, Horst Faas, la vio y supo que era una foto extraordinaria. Argumentó el valor fotográfico de la imagen más allá de otras consideraciones y ganó. Un par de días después que la imagen impactara al mundo, otro periodista encontró que la pequeña niña de algún modo había sobrevivido al ataque. Christopher Wain, corresponsal de la televisora británica British Independent Television Network, quien le dio a Phuc agua de su cantimplora y le roció la espalda que se le quemaba, luchó para que la transfirieran a la unidad Barsky, operada por estadounidenses. Era la única instalación en Saigón equipada para atenderle sus severas lesiones. "No tenía idea de dónde estaba o qué me había ocurrido", recuerda Phuc. "Desperté y estaba en el hospital con mucho dolor y las enfermeras estaban a mi alrededor. Desperté con un terrible temor". Una tercera parte del pequeño cuerpo de Phuc recibió quemaduras de tercer grado, aunque su cara de alguna forma quedó intacta. Con el tiempo la piel quemada comenzó a sanar. "Todos los días a las 8 de la mañana, las enfermeras me ponían en la tina de quemados para retirar toda mi piel muerta", dijo. "Yo sólo lloraba y cuando no soportaba más, me desmayaba". Después de múltiples injertos de piel y cirugías, Phuc finalmente fue dada da alta, 13 meses después del bombardeo. Ella ha visto la foto de Ut, que para entonces le hizo ganar el premio Pulitzer, pero ella todavía desconocía el alcance y poder de esa imagen. Phuc sólo quería irse a casa y ser una niña otra vez. ___ Durante un tiempo, la vida regresó a la normalidad en cierto modo. La foto fue famosa, pero Phuc fue relativamente una desconocida, salvo para quienes vivían en su pequeña aldea cerca de la frontera camboyana. Ut y otros periodistas le hacían visitas ocasionales que cesaron después del 30 de abril de 1975, cuando las fuerzas comunistas del norte tomaron el control de Vietnam del Sur, lo que puso fin a la guerra. La vida bajo el nuevo régimen fue dura. El tratamiento médico y los analgésicos eran caros y resultaban difíciles de encontrar para la adolescente, que seguía sufriendo jaquecas y dolores intensos. La joven trabajó intensamente y logró ingresar a la escuela de medicina para buscar su sueño de ser doctora. Pero todo terminó una vez que los líderes comunistas se percataron del valor propagandístico de la "niña del napalm" que aparecía en la foto. Se vio obligada a dejar la escuela y a volver a su provincia de origen, donde se le hacía participar en encuentros con periodistas extranjeros. Las visitas eran vigiladas y controladas. Se le indicaba qué debía declarar. Sonreía e interpretaba su papel, pero el descontento comenzaba a consumirla. "Quería escapar de esa imagen", dijo. "Fui quemada por el napalm; fui una víctima de la guerra... pero crecí y me volví otro tipo de víctima". Se refugió en el Cao Dai, la religión de Vietnam, en busca de respuestas que no llegaron. "Mi corazón era exactamente como una taza de café negro", dijo. "Deseaba haber muerto en aquel ataque con mi primo, con mis soldados de Vietnam del Sur. Deseaba haber muerto en aquel tiempo para no sufrir así más... era muy difícil para mí soportar toda esa carga con aquel odio, ira y amargura". Un día, al visitar una biblioteca, Phuc encontró una Biblia. Por vez primera comenzó a creer que había un plan para su vida. De pronto, una vez más, la foto que le había dado aquella fama indeseable, le abrió una oportunidad. En 1982 viajó a Alemania Occidental para recibir atención médica con ayuda de un periodista extranjero. Luego, el primer ministro de Vietnam, conmovido por su historia, hizo los arreglos para que estudiara en Cuba. Estuvo al fin libre del escrutinio público, pero su vida distaba mucho de ser normal. Ut, que trabajaba entonces en la AP en Los Angeles, viajó para reunirse con ella en 1989, y encontró que no se le dejaba sola un solo momento. No hubo forma de que él supiera que ella quería de nuevo su ayuda, desesperadamente. "Sabía en mis sueños que un día el tío Ut me ayudaría a tener libertad", dijo Phuc, quien se refirió a él usando ese término familiar, en una muestra común de afecto de los vietnamitas. "Pero estaba en Cuba, estaba realmente decepcionada porque no podía tener contacto con él. No podía hacer nada". ___ Cuando estaba en la escuela, Phuc conoció a un joven vietnamita. Creyó que nadie la querría nunca, debido a las cicatrices que le cubrían la espalda y un brazo. Pero Bui Huy toan pareció amarla aún más por esa causa. Ambos decidieron casarse en 1992 e irse de luna de miel a Moscú. En el vuelo de regreso a Cuba, los recién casados desertaron durante una escala en Canadá para cargar combustible. La mujer vietnamita se sintió libre. Phuc habló con Ut para darle la noticia, y él la alentó a contar su historia al mundo. Pero Phuc estaba harta de dar entrevistas y de posar para fotografías. "Tengo un marido y una nueva vida, y quiero ser normal, como todos los demás", dijo. A la postre, la prensa encontró a Phuc, viviendo en Toronto. La mujer decidió que debía tomar el control de su propia historia. En 1999 se publicó un libro y se lanzó un documental, tal como ella quería que se hicieran. Se le pidió ser embajadora de la Buena Voluntad de ONU para ayudar a las víctimas de la guerra. Desde entonces, se ha reunido con Ut muchas veces para contar su historia. Incluso viajaron a Londres para conocer a la reina. "Hoy estoy feliz de haber ayudado a Kim", dijo Ut, que sigue trabajando para la AP y que volvió recientemente a la aldea de Trang Bang. "La llamo mi hija". Después de cuatro décadas, Phuc, que tiene ahora cuatro hijos, puede finalmente mirar la foto en que corre desnuda, y entiende por qué sigue siendo tan poderosa. La salvó, la puso a prueba y finalmente la liberó. "La mayoría de la gente conoce mi foto pero hay muy pocas que conocen mi vida", opinó. "Estoy muy agradecida de... poder aceptar esta imagen como un regalo poderoso. Es mi elección. Así puedo trabajar con esto por la paz".

30 mar 2012

MENSAJE DEL DÍA MUNDIAL DEL TEATRO


"Que vuestro trabajo sea convincente y original. Que sea profundo, conmovedor, reflexivo y único. Que nos ayude a reflejar la cuestión de lo que significa ser humano y que dicho reflejo sea guiado por el corazón, la sinceridad, el candor y la gracia. Que superéis la adversidad, la censura, la pobreza y el nihilismo, algo que, ciertamente, muchos de vosotros estaréis obligados a afrontar. Que seái...s bendecidos con el talento y el rigor necesarios para enseñarnos cómo late el corazón humano en toda su complejidad, así como con la humildad y curiosidad necesarias para hacer de ello la obra de vuestra vida. Y que sea lo mejor de vosotros - ya que será lo mejor de vosotros, y aun así, se dará sólo en los momentos más singulares y breves - lo que consiga enmarcar esa que es la pregunta más básica de todas: “¿Cómo vivimos?” ¡Buena Suerte!" | John Malkovich

20 mar 2012

¿Hay que dejarse en paz?




CLAUDIO NARANJO, PIONERO DE LA PSICOLOGÍA TRANSPERSONAL

¿Hay que dejarse en paz?

Tengo 71 años. Nací en Valparaíso (Chile) y vivo en Berkeley (California).
Tengo la nacionalidad estadounidense. Estoy divorciado y tuve un único
hijo que perdí con 11 años. Soy psiquiatra, tengo estudios de música y
filosofía. Soy el creador del instituto Seekers After Truth (SAT). Creo que la
paz individual es la paz del mundo. Creo en Dios

-¿Qué dice usted? –Yo digo que somos seres "tricerebrados".

–¿No está siendo demasiado optimista? –Verá, dentro de nosotros hay una
parte padre: jerárquica, impositiva. Otra parte hijo: instintiva. Y una parte madre,
que es la tribal y amorosa, pero que castra la individualidad.

–¿La parte intelectual, la emocional y la instintiva? –Exacto. Lo
complicado es armonizar los tres cerebros, que no se produzca tiranía por
ninguna de las partes.

–¿Cómo armonizarlas? –Haciendo nada.

–No me fastidie. –Debe haber un abrazo entre esas tres partes interiores, y
una de las posibilidades para conseguirlo es a través del factor espiritual, de la
entrega del yo pequeño, de la renuncia a esa necesidad de ser alguien...
¿Entiende?

–Más o menos. –Hay que hacerse a un lado, abrir espacio en uno mismo.

–Está pidiendo demasiado. –Lo sé, no es nada fácil. Debería crearse un
nuevo modelo educativo. La educación no educa. La educación es un
malentendido. Cuando se dice que educar es enseñar a leer y a escribir se
están confundiendo los medios con el fin. El fin debería ser el desarrollo de las
personas y de su mente.

Cualquier pedagogo diría eso. –La familia humana es una estructura
autoritaria. El principio de la autoridad del padre es incuestionable porque vivimos
dentro de ese sistema patriarcal que no tiene en cuenta la voz del niño, cuyo
potencial es castrado desde la infancia. No es una familia democrática, ni se
contempla la felicidad como un fin de la cultura y del aprendizaje.

–¿Cómo hacerlo? –Hay que cultivar la sed que aparece en todos los
adolescentes. Es una sed de trascendencia, de entender el universo y la propia
vida, ¿no la ha sentido?

–Sí. –En nuestra cultura no hay verdaderas respuestas, están todas
acartonadas. Como dice un amigo mío, ya no llueve gracia en las iglesias. La
cultura no apoya esa inquietud. La insatisfacción es leída como una desventaja
en lugar de honrarse como esa búsqueda de la verdad que es parte del ser
humano.

–¿Propone alimentar las dudas? –Propongo no dar respuestas hechas. No
hay que vender certezas, ni dogmas. Hay que despertar al buscador interior. Lo
importante es el camino, el proceso.

–¿Qué tal el suyo? –Yo estudié la carrera de Medicina por idolatría a la
ciencia. Buscaba conocimiento, pero perdí el entusiasmo cuando descubrí que
en ese camino no había respuesta a los misterios, que eran directamente
negados.

–Insistió bastante, estudió tres carreras. –Acabé Psiquiatría, continué con
mi carrera de Música, pero sabiendo que la esclavitud del virtuoso era para mí un
exceso. La carrera de Filosofía no la terminé. Comprendí que lo buscado es lo
mismo que el buscador, que existe una conciencia del yo profundo y que ahí
está la armonía.

–¿La vida es una búsqueda o un encuentro? –Para mí fue una búsqueda
sedienta en demasía. No me satisfizo el conocimiento, ni la vida familiar, ni
tampoco el amor. Me topé con una persona que me influyó muchísimo, un
escultor, Tótila Albert, al que le debo la idea inspiradora de mi trabajo sobre la
trinidad interior.

–¿Qué le dio? –Era un maestro de amor. Pero no en el sentido convencional.
Ese amor estaba, por ejemplo, en la forma en que limpiaba los discos antes de
ponerlos, la forma cuidadosa con que hacía las cosas en cada momento. Tenía
calidad de ser y aprendí a reconocerla. Más que un aprendizaje, lo que le debo
es una bendición. Es a través de comprensiones muy sutiles como nos
construimos.

–¿Ha dejado de buscar? –Sí, me dejo fluir. He tenido maestros de todas las
tradiciones orientales fundamentales, y lo que me han transmitido es el sabor de
una verdad que no tiene que ver con el intelecto ni con la emoción. Si le tuviera
que poner un nombre, sería el sabor de la nada. Cuando uno se vacía, le llegan
todas las riquezas. En realidad, si tengo algún secreto, es simplemente el de
confiar más en la vida.

–¿Y qué le abrió el corazón? –La muerte de mi único hijo a los 11 años.
Lloré sin parar durante dos meses. Era una experiencia de intenso amor un poco
retardado: la tragedia de no haber estado por él mientras lo tuve.

–Somos muy torpes. –Ese llanto paró súbitamente un día en que hice una
clara reflexión: "¿Estoy llorando por él?". Tenía claro que no, porque sentía que
él estaba mejor que yo. "¿Estoy llorando por mí, por haberme quedado solo?"...
Si era sincero sabía que no, porque había pasado largas temporadas sin verle.

–Entonces, ¿por qué lloraba? –Me di cuenta de que no había razón para
llorar y empecé a sentir una presencia suya mayor que cuando estaba vivo. La
felicidad sólo depende de un estado interior.

–¿Cómo se cultiva? –No identificándose ni con los pensamientos ni con las
emociones. Idealizamos las pasiones: el orgullo, el amor. Queremos ser héroes,
victoriosos o vencidos, somos muy vanidosos. Las pasiones son
intrínsecamente egoístas y productoras de infelicidad. Hay que poner en paz a
los animales que nos habitan. Hay que dejarse en paz.
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